martes, 8 de marzo de 2016

El fracaso de los acuerdos de Oslo debe ser motivo de esperanza

El fracaso de los acuerdos de Oslo debe ser motivo de esperanza

El Partido Laborista israelí aprobó recientemente su propio plan para resolver el conflicto palestino-israelí. Por desgracia, en lugar de proponer un plan que permita a israelíes y palestinos trabajar conjuntamente para construir un futuro mejor, el presidente laborista y líder de la oposición Isaac Herzog apeló al principio de separación levantando más muros e impidiendo que los palestinos establezcan realmente su estado.

Activistas palestinos e israelíes protestan contra la ocupación en la principal autovía norte-sur de Cisjordania, el 5 de febrero de 2016. (Foto: Activestills.org)

En mejores circunstancias, podríamos imaginar que la separación equivaliera a coexistencia, tolerancia y respeto mutuo. Sin embargo, en el actual clima político israelí, es más probable que exprese exclusivismo étnico, chovinismo e intolerancia. La separación hará poco por una sociedad que confunde las historias de amor palestino-israelíes y las ONGs de derechos humanos con amenazas existenciales.

Muchos progresistas israelíes siguen aferrándose a la idea de que el colapso del proceso de paz de Oslo ha destruido la perspectiva de una reconciliación duradera entre israelíes y palestinos. Creo que lo cierto es justamente lo contrario, a saber, que el proceso de paz ha estado socavando la posibilidad de una resolución pacífica del conflicto israelo-palestino. El problema no es de implementación o diseño, sino de principios. De la misma forma que Herzog omite al pueblo palestino en sus grandes planes, también lo hicieron los autores de los Acuerdos de Oslo.

Es una ironía particularmente amarga que israelíes y palestinos estuvieran más en contacto antes del establecimiento del proceso de paz formal. Llama la atención, también, que este proceso de paz se correspondiera con un realineamiento e intensificación de la ocupación. Esta aparente contradicción entre discursos y práctica no debería sorprendernos; después de todo, se produjo rutinariamente en el seno de las prácticas ideológicas y políticas de los sucesivos gobiernos laboristas. Así mismo, la aparente paradoja de una paz sostenida a través de diversos grados de violencia forma parte de una larga y venerable tradición establecida por los colegas de Simón Peres, Isaac Rabin y Ehud Barak.

De hecho, como parte de los Acuerdos de Oslo, Rabin puso a los territorios palestinos bajo un estado de sitio de facto. Al proponer una serie de exigencias israelíes incondicionales como bases para la paz, Herzog pretende continuar el proceso en el mismo punto en que lo dejó Rabin. Mientras que Herzog anticipa unos ajustes fundamentales e irreversibles del status quo, Rabin habría hablado de cambiantes “hechos consumados”. Herzog se empeña en convertir su miopía en virtud; Rabin metió a Jerusalén, los asentamientos israelíes y los refugiados palestinos en una caja etiquetada “temas para el estatus final”. Al igual que sus predecesores, Herzog está en deuda con la concepción empobrecida que tiene la casta político-militar israelí. Es incapaz de tratar realmente a los palestinos como seres humanos.

Un niño palestino juega cerca de una valla en el barrio Silwan de Jerusalén Este, el 21 de febrero de 2016. (Foto: Activestills.org)

Teniendo en cuenta estas limitaciones, no es de extrañar que Herzog nos presente algo tan insuficiente como su propuesto “plan de separación”. Pero hay algo que sí nos debería sorprender. Él ha declarado que “levantaremos un gran muro entre nosotros. Ese es el tipo de coexistencia que es posible hoy en día. […] Ariel Sharon […] no terminó el trabajo. Nosotros queremos terminarlo, completar la barrera que nos separa”. Nos encontramos, por tanto, con un situación en la que el líder del progresismo israelí toma su inspiración del personaje que muchos consideran responsable de la masacre de Sabra y Chatila. Esto sí que es un verdadero giro. Es difícil imaginar unas circunstancias en las cuales la degeneración moral de la izquierda israelí pudiera ser más crudamente demostrada.

Las propuestas de Herzog representan un rechazo a una tradición a la que he entregado mucho tiempo y esfuerzo. A mediados de la década de 1990, participé personalmente en una serie de iniciativas “pueblo a pueblo” que reunieron a israelíes y palestinos para trabajar en actividades conjuntas. La comunidad internacional repartió millones de dólares para dichas iniciativas. El razonamiento subyacente a estas iniciativas, que fueron incorporadas en la segunda ronda del proceso de paz de Oslo (Oslo II), fue que el contacto y el diálogo entre israelíes y palestinos proporcionarían las bases para una paz más sostenible.

Los defectos conceptuales, teóricos y logísticos de esta iniciativa fueron cruelmente expuestos en los años venideros. Los participantes palestinos lucharon contra un marco de acuerdo que fue distorsionado por las prioridades de los donantes y que se había basado, en buena parte, en las teorías de resolución de conflictos que fueron mal adaptadas a los desequilibrios de poder y a las realidades políticas del conflicto israelo-palestino. Sin embargo, a toro pasado, vemos que los grupos de base no se basaron en el movimiento colectivo que había reunido a israelíes y palestinos durante la primera intifada. A posteriori, me ha llamado la atención el contraste entre la artificialidad y la formalidad rancia de los talleres y el dinamismo y la finalidad del movimiento popular.

No me hago ilusiones sobre las dificultades de trabajar a través de la divisoria. A este respecto, es instructivo un incidente de un evento conjunto que tuvo lugar en el 2000. Una coordinadora israelí cuestionó la insistencia palestina en el tema de los refugiados. Me dijo —con la aparente impresión de que no era necesaria una nueva respuesta— que este asunto era una “línea roja” para los israelíes, que lo consideraban una amenaza para la “seguridad del estado”. Esto no fue un hecho aislado o excepcional. De hecho, otros participantes en las sesiones conjuntas esbozaron largas listas de encuentros igualmente agotadores con “líneas rojas”, “condiciones esenciales” o “problemas de seguridad”.

A pesar de los retos que encontré, sigo creyendo que solo mediante el trabajo conjunto israelíes y palestinos podrán tener un futuro mejor. El plan de separación de Herzog, que se presenta como un alejamiento radical del status quo establecido, solo servirá para perpetuarlo. Tras el colapso de las conversaciones de Camp David en 2000, Ehud Barak pronunció aquella famosa frase de “no hay socio para la paz”. Las actuales acciones de Herzog dan la impresión de que ha malinterpretado la observación general de Barak. “Plan” es claramente un término erróneo, pues sugiere un marco claro y un conjunto preciso de acciones que van dirigidas hacia un objetivo claro. Y esto no es lo que se ofrece. En su lugar, Herzog solo ha conseguido demostrar su bancarrota intelectual, política y moral y la de su partido.

Fuente: The collapse of Oslo should be a source of hope, not despair,  23/02/2016

Acerca del autor: Nadia Naser-Nayab tiene el doctorado en Estudios de Oriente Medio y es investigadora adjunta en el Centro Europeo de Estudios Palestinos / Instituto de Estudios Árabes e Islámicos de la universidad de Exeter.

Acerca del traductor: Javier Villate mantiene el blog Disenso, con artículos, análisis y traducciones sobre Palestina, Israel y Medio Oriente. Le puedes seguir en Twitter como  (@bouleusis)

Fuente: Nadia Naser-Nayab, +972 / Javier Villate en el Blog Disenso

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