martes, 8 de marzo de 2016

Colonialismo invertido: la guerra de Israel contra la democracia liberal

Colonialismo invertido: la guerra de Israel contra la democracia liberal

Una serie de nuevas y draconianas leyes, políticas y regulaciones, reforzadas por campañas de incitación contra los ciudadanos palestinos de Israel y, cada vez más, los judíos liberales están conduciendo muy rápidamente a una inversión del proyecto colonial israelí.

Si en el pasado uno podía decir que Israel estaba colonizando Cisjordania, la Franja de Gaza, Jerusalén Este y los Altos del Golán, hoy las estrategias desarrolladas y desplegadas por Israel en estos territorios ocupados han infiltrado y colonizado también el estado judío de las fronteras anteriores a 1967. De hecho, el Leviatán colonial está reculando hacia el interior.

El asalto inicial contra el barniz de democracia liberal incluye la actual propuesta del gobierno de una nueva ley que obligue a los activistas de los derechos humanos cuyas organizaciones reciben fondos del extranjero a llevar unas tarjetas visibles cuando participen en reuniones del parlamento o en otros espacios públicos. Luego vino la campaña de incitación contra el grupo de veteranos Rompiendo el Silencio y otras organizaciones de derechos humanos, algo que se ha vuelto habitual desde entonces en la vida política israelí. Esto fue seguido de la prohibición, en los planes de estudio de los institutos de Israel, de una novela sobre una relación amorosa entre una mujer judía y un hombre palestino, supuestamente por el hecho de que podría alentar a la realización de matrimonios entre judíos y no judíos. Finalmente, los planes de estudio en materia de educación cívica en la enseñanza secundaria están siendo revisados y algunos de los conceptos básicos relacionados con la democracia están siendo eliminados y reemplazados con materiales que enaltecen la identidad y la historia judías.

Pero esto fue solo para abrir boca. El proyecto de ley “Lealtad cultural”, que sostiene que el estado solo financiará aquellas actividades artísticas que no critiquen el proyecto sionista, podría haber sido extraído directamente de la Unión Soviética de Stalin. Redactado por el ministro de cultura, Miri Regev, el proyecto de ley define el arte desleal como aquel que “niegue la existencia del estado de Israel como un estado judío y democrático […] apoye la lucha armada o el terrorismo llevados a cabo por un país hostil o una organización terrorista contra el estado de Israel; marque el Día de la Independencia como un día de luto; [apoye] actos de vandalismo o degradación física que deshonren la bandera del país o emblemas del estado”.

El proyecto de ley “Lealtad cultural”, que sostiene que el estado solo financiará aquellas actividades artísticas que no critiquen el proyecto sionista, podría haber sido extraído directamente de la Unión Soviética de Stalin.

Dice el director cinematográfico Uri Rosenwaks, que fue hasta hace poco presidente del Foro Documental de Cineastas de Israel, que “los legisladores han conseguido retratar como traidores a los autores y artistas que se ocupan de cuestiones tales como los derechos humanos, la ocupación y la democracia. Es irónico que Miri Regev y otros ministros estén esperando que estos mismos artistas critiquen las nuevas leyes y regulaciones para, así, poder caer sobre ellos, pues reprimir a cualquiera que sea crítico con las políticas israelíes da más votos a estos ministros. Lo más peligroso de todo es que la mera crítica está siendo percibida cada vez más como algo ilegítimo”.

Esta ofensiva contra los artistas es, sin embargo, poca cosa si se la compara con el odio hacia los ciudadanos palestinos de Israel y, sobre todo, hacia sus representantes. Es muy raro que pase un día sin que algún político o comentarista incite al odio contra los árabes israelíes, que constituyen el 20 por ciento de la población. La parlamentaria Hanin Zoabi, por ejemplo, es presentada por los medios de comunicación israelíes como una especie de Satanás, mientras que sus colegas de la Lista Conjunta son caracterizados sistemáticamente como terroristas, una quinta columna o traidores. El racismo es tan manifiesto y aterrador, y se expresa con tanto descaro, que mis amigos palestinos de Bersheba han dejado de ver la televisión.

El lunes, el comité parlamentario sobre asuntos constitucionales ha dado su aprobación preliminar a la “ley de suspensión”, que otorga a los miembros (judíos) del Knesset [parlamento israelí] autoridad para juzgar si la ideología de sus colegas (palestinos) es kosher [apta, lícita, conforme a la ley, N. del T.]. Y aunque el proyecto de ley usa el término “suspensión” en su título, en realidad autoriza al Knesset a expulsar a aquellos representantes cuya conducta sea “inapropiada”; con otras palabras, “niegue la existencia del estado de Israel como estado judío y democrático; incite al racismo; y apoye la lucha armada de un estado hostil o una organización terrorista contra el estado de Israel”.

Expresar cualquier tipo de apoyo a la resistencia palestina en Cisjordania y Gaza será motivo suficiente para ser expulsado del parlamento israelí. El mensaje es claro: si en un tiempo la igualdad formal —como opuesta a la real— fue aceptada y presentada como algo deseable dentro de las fronteras israelíes de 1967, hoy esa igualdad formal está pasada de moda. El objetivo, como dijo un editorial deHaaretz, es “un parlamento sin árabes”.

¿Y qué pasa con los ciudadanos palestinos de Israel?

Recientemente visité el pueblo beduino de Um al Hiran, que, si nada lo impide, será destruido y reemplazado por un asentamiento judío llamado Hiran. Evidentemente, los residentes de Um al Hiran son ciudadanos de Israel. A pocos kilómetros de Um al Hiran, en medio de un bosque del Fondo Nacional Judío, alrededor de treinta familias religiosas han estado viviendo en una comunidad cerrada improvisada, esperando pacientemente que el gobierno expulse a las familias beduinas de sus casas.

En una reciente visita a esta comunidad judía, vi casas dispersas alrededor de un parque infantil y una bonita guardería, con alegres pinturas en las paredes exteriores. No hace falta decir que este entorno bucólico era surrealista e inquietante, a la vez. En la web encontré esta foto de las personas que están esperando que se despoje a los residentes de Um al Hiran. Todos sonríen, están contentos, son colonos de Cisjordania que han vuelto a Israel para colonizar tierras beduinas. Los hijos pródigos han vuelto a casa a sentar la cabeza.

Fuente: Colonialism Inverted: Israel’s War Against Liberal Democracy, 7/03/2016

Acerca del autor: Neve Gordon es coautor, junto con Nicola Perugini, de The Human Right to Dominate.

Acerca del traductor: Javier Villate mantiene el blog Disenso, con artículos, análisis y traducciones sobre Palestine, Israel y Medio Oriente. Le puedes seguir en Twitter como (@bouleusis)

Fuente: Neve Gordon, CounterPunch / Traducción: Javier Villate, Blog Disenso

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